Es conocida también con el apodo de "la Quintrala", desviación del diminutivo de su nombre de pila original
cuyo diminutivo infantil era Catrala o Catralita o
quizás en relación a que azotaba a sus esclavos con
ramas de Quintral, un arbusto parasitario autóctono,
de frutos rojos. Catalina era pelirroja, como los
frutos del Quintral.
Genealogía y seno familiar
El origen de la Quintrala se encuentra en las raíces
maternas de los Lísperguer.
Un español de origen alemán llamado Bartolomé
Flores (originalmente Bartolomé Blümen, que más
tarde se hizo traducir el apellido a Flores), vino con
Pedro de Valdivia desde el Perú y se afincó en
Santiago hacia 1547 ó 1549 recibiendo como
encomienda las chacras de Quilicura y contrajo
matrimonio con una mujer que tenía fama de
hechicera y curandera de Melipilla, hija de un
cacique quien agradecido se la cedió, se llamaba
Elvira, natural de Talagante.
Bartolomé Flores además fue adquiriendo muchas
propiedades en las periferias de la nueva urbe,
siendo uno de los primeros terratenientes de Chile,
algunas de esas tenencias eran Codegua, Tobalaba,
Llolleo y algunas encomiendas hasta el río Maule.
Este matrimonio engendró a Agueda Flores,
quien llegó a heredar todas las propiedades
adquiridas por su padre, transformándose en una rica terrateniente con extensas propiedades.
A su vez, Agueda Flores contrajo matrimonio con Pedro Lísperguer, quien era natural de Worms, Alemania.
Este matrimonio engendró 8 hijos, se sabe de Francisco
y de Mauricio; del resto de los hijos varones no se
conocen detalles, de los 8 hijos, tres eran mujeres y de
ellas, dos eran conocidas por su ímpetu y carácter
desbordado, María y Catalina Lísperguer, en cuanto a
Magdalena, la tercera hija, sólo se conocen detalles en
cuanto a sus posesiones en Huechuraba y que estaba
casada con el Maestre de Campo Pedro Ordóñez.
Catalina Lísperguer y Flores contrajo matrimonio
con Gonzalo de los Ríos y Encío, hijo de María Encío,
quien estuvo vinculada a Pedro de Valdivia, por tanto
don Gonzalo era descendiente de los primeros
conquistadores, y encomenderos, y fueron padres
de Catalina de los Ríos y Lísperguer, la Quintrala,
nacida en 1604.
Su Vida.
Catalina, quien aprendió las conductas y moralidad de
su madre y tías. Ricas terratenientes, los Lísperguer
eran una familia de renombre en la sociedad
santiaguino hispana en el siglo posterior a
la conquista.
Dentro de un ambiente muy sobrecargado por las
intrigas, las ambiciones, los odios y las pasiones,
se formó el carácter de la joven Catalina.
Doña Catalina de quien se decía era una beldad,
era una mujer de elevada estatura, de cabellera
pelirroja y de intensos ojos verdes, de cuya
combinación genética entre sangre nativa, española
y alemana le habían otorgado notables atributos
físicos de hermosura salvaje que la hacían
sexualmente muy atractiva a los hombres.
Se dice que una de ellas la acercó a las prácticas
paganas de la hechicería con su abuela Agueda
radicada en Talagante. Se sabe que recibió una pobre educación ya que no sabía leer (Como consta en su testamento).
Una de las primeras acusaciones que se hacen
en su contra, es la de haber cometido el homicidio
de su padre Gonzalo de los Ríos, mediante el
envenenamiento de una cena con pollo preparada
por ella misma. Esto debió haber sucedido mientras
su padre se encontraba enfermo en cama en el
año 1622, cuando Catalina tenía 18 años.
Pese haber sido reportado el crimen a las autoridades,
por medio de las influencias familiares, la Quintrala
no fue nunca procesada.
Se sabe que Catalina de los Ríos tuvo por amor
a un fraile llamado Pedro Figueroa, a quien acosó
hasta el cansancio sin resultados.
Su madre, como una forma de que su hija
tomará mejores vías buscó a un hombre con
quien casarle, ofreciendo una generosa dote.
En septiembre de 1626, a la edad de 22 años,
Catalina contrae matrimonio de conveniencia con
el soldado español, Alonso de Campofrío y Carvajal
cuya familia era de poca importancia y riqueza,
pero que inmediatamente comenzó a subir en
cargos públicos, reemplazando incluso a algunos
familiares de Catalina como Rodulfo Lísperguer en
el cargo de alcalde. El cura que los casó fue nada
menos que Pedro Figueroa. Catalina jamás se lo
perdonó e intentó su asesinato.
Su marido la amaba; pero ella solo le tuvo un gran
aprecio; nunca llegó a amarlo. Fue además cómplice
de los desvaríos de su mujer.
Delitos.
La Quintrala tuvo muchos amantes, un gran amor
en su vida, fue un tal Enrique Enríquez de la Orden
de Malta, un joven comerciante que logró enamorarla,
pero al juzgar que este había jugado con sus
sentimientos y había fanfarroneado al populacho
acerca de sus bondades de mujer, despechada, lo
mandó a matar en un bodegón y luego acusó de
asesinato al esclavo que cumplió la orden, siendo
ejecutado en la Plaza de Armas de Santiago.
La Quintrala se convirtió en una terrateniente,
ya que de su familia heredó de parte de don
Gonzalo de los Ríos, cuantiosas tierras en el valle
costero de Longotoma y la hacienda de La Ligua,
y luego adquirió otras de no menor connotación
(tanto en Cuyo, allende los Andes y en Petorca).
Además de pequeñas propiedades en los
suburbios de Santiago (la actual comuna
de La Reina).
Catalina, rica hacendada y ganadera, en su
edad madura, dirigía personalmente las
actividades de sus propiedades, montando a
caballo por los valles donde le complacía vivir
con su esposo, ya que no le gustaba la ciudad.
Allí se generaron los desbordes que afianzaron el
mito de La Quintrala. Un negro, llamado Ñatucón-
Jetón fue asesinado sin que se conozcan los motivos
de este macabro asesinato, su cuerpo fue sepultado
después de dos semanas.
En 1633, intentó el asesinato de un vicario de
La Ligua, Luis Vásquez por espetarle su vida y
desvaríos, este salvo la vida.
Ese mismo año, sus inquilinos se le rebelaron y se
fugaron de la Hacienda de La Ligua y Catalina
los hizo traer mediante provisión de la Real
Audiencia de vuelta a la fuerza. A cargo de esta
labor puso a un mayordomo llamado Ascencio Erazo.
Este los prendía y los llevaba a la hacienda.
Doña Catalina presidía el castigo acompañada de
su sobrino, don Jerónimo de Altamirano.
Debido a la gran influencia de esta mujer y la
rebelión ocurrida en La Ligua, en 1633 se inició
una investigación oficial secreta basada en las
denuncias de el obispo Francisco Luis de
Salcedo a las autoridades, en la cual se
investigaron los crímenes cometidos por
Catalina en las distintas tierras de su
posesión.
En 1634, la Real Audiencia comisionó al oidor
Francisco de Millán para que secretamente se
constituyera en La Ligua con el fin de escuchar
los reclamos de sus víctimas.
Con algún riesgo de su vida, Francisco de Millán
logró alejar a Doña Catalina y sus secuaces y
luego de hacer los respectivos interrogatorios,
encontró suficientes evidencias de la veracidad de las acusaciones y fueron remitidas a la capital.
Se comisionó al oidor Juan de la Peña Salazar quien en calidad de alguacil, se trasladó a la hacienda, arrestó a Catalina y la llevó a Santiago para seguirle juicio criminal.
Dicho juicio muy publicitado, no estuvo exento de
las influencias de su nombre y las relaciones familiares
con los oidores, quienes favorecieron la causa de
Catalina, a quien, en total, se le atribuye la autoría
de unos cuarenta crímenes. De este modo se
acrecentó el mito en torno a la figura de Catalina
de los Ríos o Quintrala como se le conoció.
Así se desprende de la acusación hecha en su contra:
"Tiene la dicha (la costumbre) doña Catalina de
cometer semejantes delitos como constan largamente
probados en las causas criminales que actualmente
están pendientes en esta por la Real Audiencia de que
resultan más de cuarenta muertes que todas están
probadas y comprobadas con las señales de azotes
con ramas de quintral y quemaduras que en toda la
gente de sus servicios ha hecho la dicha doña Catalina
a que se allega la fama pública de los delitos que
toda su vida ha cometido así en personas libres
como en los indios de su encomienda y además de su servicio...".
Debido a las influencias ejercidas, el juicio se estancó y Doña Catalina salio libre.
Desde 1637 además disfrutó de los repartimientos
indígenas de la parte oriental cordillerana de
Codegua, que habían pertenecido una congregación
de jesuitas. (Actual La Leonera).
A Catalina, llamada La Quintrala se le atribuyen al
menos 14 muertes confirmadas.
Sin embargo, tuvieron que pasar 30 años para que
la justicia se empeñara en definitiva el conocer e
informar de la veracidad de tales acusaciones,
Doña Catalina ya había fallecido hacía 9 años.
Muerte.
Muere en 1665 con una edad de 61 años
aproximadamente, temida y mitificada en
vida, sola y despreciada por todos, en su
propiedad santiaguina. Sus restos fueron
sepultados en la Iglesia de San Agustín en Santiago.
Testó y dejo pagadas 20.000 misas por un valor
de 20.000 pesos de la época. Sus bienes fueron
rematados siendo su benefactor la Iglesia
Católica.
En su testamento, Catalina dispone que la mayoría
de su fortuna sea destinada para realizar misas,
que tendrían por motivo el rezar por su alma para
elevarla al cielo y rezar por las almas de sus víctimas.
Otra suma menor fue destinada a ayudar a familiares y
amigos y otra similar para la mantención del Cristo
de Mayo, icono católico de adoración popular,
famoso por haberse desprendido su corona durante
el gran terremoto de 1647.